miércoles, 30 de enero de 2008

A veces resulta sorprendente cuan tanto nos resignamos ante nuestras carencias sociales. Parecería que sólo sabemos vivir sufriendo y que lo fácil (que a veces ni siquiera es sencillo, sino que simplemente funciona y punto) es digno de ser subestimado.


Yo por ejemplo me levanto diario a las 6:10 am y realizo una singular travesía para llegar a la oficina a las 9. Después de dormir poco y bañarme a las carreras, sufro con el tráfico casi desde que asomo mi nariz en la calle y posteriormente emprendo sprints desgastantes en los pasillos del metro para ganarme un lugar en los abarrotados vagones. Tal vez sea en cada transborde que hago en la estación Pino Suárez o Tacubaya donde aflora lo peor de mi persona, seguramente profano decenas de insultos silenciosos a mis semejantes y a mis no tan semejantes, piso, codeo, bloqueo y en general defraudo por completo a la civilidad. Ya para terminar me echo corriendo las escaleras del metro auditorio, que es como subir de golpe unos 5 o 6 pisos, para coronar mis andanzas en un microbús que carece de cualquier atisbo de funcionalidad y cuyo chofer muestra severas deficiencias de manejo.


En la oficina se me pasan al menos 9 horas a veces llegan a ser 17 y lo peor es que cuando acabo a una hora decente me asomo desde el piso 19 para ver que el tránsito está insufrible y que pasaran 2 horas y media antes de poderme refugiar en mi sacro santo hogar. Entonces me invaden difíciles decisiones, con opciones francamente contraproducentes. A) me quedo hasta que baje más el tráfico (ósea 2 horas más encerrado en la chamba con el riesgo de que surja algo y quedarme todavía más) B) Caminar hasta el metro más cercano y evitar el estrés del tráfico (generalmente la más elegida) C) Entregarse al micro acompañado de ipod y un libro ( aunque nunca hay garantía de poderlos usar a plenitud). Generalmente las tres opciones requieren tiempo y por lo mismo me fastidian.

Lo peor del caso es que mi caso no es ni remotamente uno de los más dramáticos, yo al menos vivo en la zona metropolitana. Hay quien pasa entre 6 y 8 horas en traslados.


Hoy opté por la opción " C" cuando me encontraba en calzada de Tlalpan y noté con asombro que aquella -otrora pletórica avenida Tenochca- mostraba inusitada fluidez. Me postré en un parabús del metro Xola, no sin antes echar un ojo a la portada del TV notas, que nos deleita esta semana con fotos exclusivas de la luna de miel de Ninel Conde, y aguardé pacientemente por mi unidad con destino a Huipulco - Xochimilco. Calculé que dada mi cercanía con la terminal habría posibilidades de ir sentado y que incluso en un asiento de pasillo (Con más espacio para piernas).


A la brevedad la unidad estaba dispuesta y sí, llevaba lugares, había buena iluminación para la lectura y milagrosamente contaba con espacio suficiente para las piernas aún junto a la ventana.

Experimenté uno de esos placeres cotidianos que se tienen cuando uno parece haber tomado una determinación correcta. Saqué mi libro, dispuse mi Ipod y aproveché la amplitud de mi asiento. Llevaba yo dos páginas cuando el chofer dispuso apagar las luces por que tenía montada una luz negra que quería presumirle al carnal que le acompañaba, y no volvería a prender el foco que yo requería. Depuse pues mi lectura y me instalé en el microcosmo del IPOD esperanzado en aislarme sin lograrlo nunca a cabalidad.

Las quejas siempre nos afloran, pero revisándonos como usuarios debemos de decir que pagamos las tarifas de transporte público más baratas del país, con todo y que somos la entidad con mayor producto interno bruto por persona, es más nuestra ciudad está dentro de las 10 ciudades más ricas del mundo en cuanto producto bruto y el presupuesto es gigantesco. Lo peor es que tanto gobierno como ciudadanos hemos elegido falsas salidas, que se orientan a lo discursivo y no a lo verdaderamente productivo.

Uno cree que ahorra por que paga sólo entre 2 o 4 pesos por traslado, pero en realidad gasta por que pierde horas por la in sorteable congestión de la ciudad, se estresa, enferma, pone en riesgo su trabajo y sus relaciones, deja de dormir y todo para que después de invertir un buen rato decida tomar un taxi por que ya se hartó de tanta gente y va tarde. El gobierno por su parte se congratula de mantener la misma tarifa: en apoyo a la economía familiar, sin embargo también ha mantenido los mismos vagones que puso en marcha Gustavo Días Ordaz en 1967 cuando inauguró las líneas 1 y 2.

La síntesis de la reflexión se enmarcaría perfectamente en lo que un día escuche mientras viajaba en la línea rosa con rumbo a Observatorio. Al llegar a Balderas se caldearon los ánimos entre los que pretendían salir y los que no podían moverse o no se movían por temor a perder el lugar. El que no quería moverse increpó y reto a las trompadas al que iba a bajar, sin embargo los impulso viriles de ambos se aplacaron cuando una Sra. de avanzada edad dijo, sin remitente específico: "Si en un transporte de 2 baros nos vamos a poner delicados...estamos jodidos".

Parecemos pues instalados en una realidad donde no podemos quejarnos por que ni siquiera hemos invertido lo suficiente para aspirar a un mayor beneficio. Mientras tanto nuestro siempre vitoreado transporte democrático se convierte cada día más en un cúmulo de tensiones dónde todos ven hacia afuera, esperando poder salir pronto.

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